En ocasiones es más sano simplemente entender o tratar
de entender el punto de los demás y tratar de persuadirlos de cambiarlos que simplemente
exponer el propio y esperar a que renieguen de la idea.
El punto no es rendirse y hacer lo que los demás hagan
sino actuar defendiendo firmemente sus propios ideales y hablar diplomáticamente
antes de que la irracionalidad domine el cuerpo y enceguezca la mente haciéndonos
cometer torpezas.
Sencillamente la diplomacia es muestra más simple de
intelecto sobre la fuerza “bruta” que le quita al ser humano lo que es en sí.
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